¿Es que hacemos las cosas sólo para recordarlas?
Jaime Sabines.
Una flor, un carbón; un amor, la tristeza más profunda; un deseo, un beso; un rayo de luz, el lado obscuro de la luna; un momento de gloría, un momento de desdicha; una mujer, un hombre; la concepción, la violación; y todo, todo en tanto pueda tocarnos despierta esa manera sublime de hablar que es la poesía. ¿Pero cómo se llega a ella y para qué? Estas son las mismas preguntas que Yang Mija se hace en Poetry al tratar de escribir un poema. Entre la poesía y el cine, Lee Chang-dong nos cuenta una de las historias más conmovedoras de la cinematografía mundial hoy día.
Yang Mija tiene 60 años, un nieto ―que más que nieto es hijo―, una afición tardía por la poesía, y alzhéimer. Ella vive de la manutención que le otorga el Estado, y su trabajo como ayudante y enfermera de un anciano acaudalado. Su nieto, un adolescente a quien no le ha llegado el tiempo de valorar lo que tiene, es culpable junto con cinco de sus compañeros en un caso de violación. Estas premisas harán avanzar la historia de Poetry; sin embargo, conforme se desarrolle la trama, el espectador se dará cuenta de que el filme es en realidad dos películas con rumbos distintos y una misma llegada: está la que narra la imposibilidad de Yang Mija por hacer poesía, y la más obscura, la que cuenta el epílogo de la violación. Pero algo más que sólo el personaje tienen en común estos dos relatos: la búsqueda de la verdad.
“Verdad” se antoja una palabra destino para todo aquel que escribe poesía, pues, ¿no es acaso ése el objetivo? El poeta fuerza a las palabras a decir más de lo que pueden decir; las desdobla, las aplana, las estira, las pule y las re significa en el poema, todo con la clara intención no de hablar sobre lo real, sino, mejor dicho, sobre lo “Verdadero” (con mayúscula y entre comillas).
Hay momentos en la vida del hombre en que uno se da cuenta que ha comenzado el camino final de la vida, son esos días cuando aquella sonada frase “hoy es el primer día del resto de mi vida” cobra un sentido literal. El de Yang Mija llega abruptamente cuando sin quererlo comienza a olvidar la lógica de su propio mundo y, cercada por esa evanescencia, decide inscribirse en un taller de poesía. Ella sabe―o cree saber, porque eso se la ha dicho toda la vida― que cuenta con el don lírico necesario para llevar a cabo la empresa de escribir un poema al final del curso; sin embargo ―y he aquí la belleza y tristeza de la historia de Lee Chang-dong― su mundo entra en un proceso de extinción con su alzhéimer y resigna a su poesía a hablar sólo sobre parcialidades; no es que quede ciega, es más bien un proceso a la inversa: los ojos no pierden facultad pero sí el mundo cesa de revelarse.
Si el lenguaje crea todo lo que nos rodea en tanto lo hace palabra ―y aquello que no puede ser nombrado no existe―, Yang Mija ve su mundo fallecer con cada término que se extingue en su mente. Con la verdad nublada, su existencia es como una polaroid que poco a poco va perdiendo el color hasta significar un vacio. ¿Cómo se puede ser poeta cuando se prescinde de la materia prima con la que se trabaja?
A la par de aquella búsqueda de la verdad con la poesía, Yang Mija tiene que enfrentarse a otro tipo de “Verdad” que necesita ser aclarada y resuelta―y aquí es donde empieza la “segunda película”―: un suicidio a consecuencia de un injusto caso de violación debe ser descubierto y castigado. En tanto se develan poco a poco los detalles del crimen que su hijo y otros muchachos más cometieron, los padres de estos últimos se reunirán e intentarán acallar el “estruendo mudo” (tomo prestado el oxímoron de César Vallejo) que desde la otra vida produce la pequeña niña, víctima del caso.
En este punto la historia muestra otro elemento enternecedor y devastador: ¿quién no, aun sabiendo de la culpabilidad de un propio “hijo”, es capaz de realizar cualquier acción, por humillante que ésta sea, y de agotar hasta el último recurso posible por tratar de salvarlo? Lee Chang-dong nos enseña que el amor es algo más que una palabra y no se olvida. No es tanto un significado ni un sentimiento como es una certeza que se rodea o se aspira a decir, pero que sólo se constata o se experimenta cuando se tiene. Yang Mija habrá podido olvidar el sustantivo que designa a la relación de parentesco que tiene con aquel gordito irresponsable e irrespetuoso, pero cuenta con una certidumbre que no se expresa en términos verbales y le hace entender que se debe a él simplemente porque hay algo que se lo dice más allá de las palabras: amor.
Las “dos historias” inexorablemente habrán de encontrar un bello punto medio en donde se enlacen y todo se resuelva, y la quietud de la vida habrá de retornar al lugar que abandonó. La existencia de Yang Mija podrá perder todo sentido para ella misma, pero a ojos de quienes la rodean sabrán que todo pudo haber sido obra de un acto poético supremo.
Poetry es una película única en su género, es un logro del cine asiático ante el que el espectador atento no puede pasar de manera insensible: algo sucede que conmueve y asombra, no por nada fue merecedora a la palma de oro en Cannes por mejor guión en el 2010.
Mantengo una objeción... la poesía no busca o, por lo menos, no debería buscar la "verdad" no los "verdadero"...
ResponderEliminarLa poesía es mentira, una mentira vil y descarada... Busca la belleza, la realización o, simple y llanamente, el ritmo... Pero no la verdad.
En el mejor de los casos... Y sucede muy pocas veces, la poesía es una mentira que busca transformar la verdad.
Hay tantos ejemplos de poesía, que sería imposible agrupar todo en algo, pero, Mario, en general, yo creo que la poesía si es un intento de la búsqueda de la verdad. Se busca crear imágenes que arrojen nueva luz sobre la existencia, casi siempre.
ResponderEliminarCreo que poesía y mentira sería un oxímoron.