miércoles, 30 de marzo de 2011

El nuevo (nuevo) cine mexicano en el Ariel



Siempre que uno intenta hablar sobre aquello que le es propio en tanto pertenece a una nación en particular, inevitablemente se le vienen a la mente las imágenes comunes de lo que parece no puede ponerse en duda: el tequila, el mariachi y el indio dormido con sombrero y sarape son acaso los referentes inmediatos que el mundo entero―incluidos a veces nosotros― evoca a partir de aquello tan complejo e inasible que es la idea de ‘lo mexicano’.

Tremenda pequeñez de visión es sólo un primer acercamiento: soy consciente que nadie tiene tan corta percepción del mundo como para quedarse en aquellas imágenes recurrentes, monstruos del imaginario colectivo, y engendrar a seres simplistas con escasas y curiosas cualidades. Quiero pensar que no sucede así…

El ejercicio consciente de crearse una imagen conceptual sobre uno mismo, y apropiarse de una identidad que nos impida flotar en el terreno de la indefinición, es acaso la primera condición necesaria para sentirse humano al tiempo que nos apropiamos de una nacionalidad. ¿Pero a qué voy con todo esto? Voy a hablar de lo que a este blog compete, que es el fenómeno cinematográfico, en específico sobre la multiplicidad de temáticas que se advierten en el más reciente cine mexicano y que tienen un espacio en los premios Ariel de este año, otorgados por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, a lo mejor de la producción nacional de cine.

¿Pero cómo carajos contribuye el cine a formar la idea de Nación? Repitiendo y creando representaciones, tantas como sea posible, una y otra vez, hasta permitirnos reconocernos en la pantalla y sentirnos aludidos o experimentar el descubrimiento de una parte de realidad desconocida hasta entonces.

Para ejemplificar esta diversidad hablaré de manera muy somera sobre cuatro nominadas al premio Ariel en distintas categorías. Pero antes de pasar a ello, una reflexión: no es fortuito que no se hable sobre censura en el cine mexicano actual ni que los temas parezcan ir a extremos insospechados a los que en tiempos pasados hubiera sido imposible acceder; algo sucede que creo que predomina hoy día un cine nacional de autor, en donde se potencia la expresión individual, la visión de cada director sobre su parte de ser ‘mexicano’.


Cuatro películas nominadas al Ariel

¿Quién en la tierra del amorcito corazón hubiera pensado que la tentación despertada pudiera ser la del canibalismo? No me indigno ni me asusto, sólo destaco la ¿madurez? con la que se aceptó a Somos lo que hay (2010). En este filme citadino se defiende aquella idea muy mexicana de que “la familia es primero”, pero con un grado de particularidad poco usual: ausente el padre proveedor de comida (humana, literal: carne de hombre), el primogénito verá por el sustento de sus consanguíneos . Este filme caníbal de Jorge Michel Grau, atípico en el cine mexicano, competirá por el Ariel en las categorías a mejor música original, de Enrico Chapela; y mejor efectos especiales, para Alejandro Vázquez y Efeccine Mobile.

En la categoría a mejor ópera prima está La mitad del mundo (2010), de Jaime Ruiz Ibañez, filme en donde se sugiere una historia que por inverosímil, pudiera resultar verídica―en el sentido de que la realidad siempre supera a la ficción. Un poblado escaso en varones (¿donde he visto eso?) presencia un acto “inmoral” a todas luces y cobra venganza por su propia mano; sin embargo, la verdadera doble moralidad subyace más allá de los reflectores en que se convierten los rumores pueblerinos, y el castigo que correspondería a la otra vida se adelanta y concreta en este mundo.

Si se cree en la fatalidad de la condena en el más allá por haber llevado una vida desapegada a la norma cristiana, y se piensa en el Infierno (2010) como un lugar sobre poblado, se acepta el hecho de que este mundo tarde o temprano comenzará a llenarse de la peor escoria posible. En el México de Luis Estrada eso ya sucedió, y es en pleno 2010 en donde se vive el peor escenario para un país (corrupción, narcotráfico, deslealtad y abandono). Una vez más asombra la ausencia de censura o la madurez de nuestros políticos por permitir cintas de este corte ¿será acaso que el cine dejo de ser un medio estratégico para el Estado? El tercer gran filme del director mexicano competirá por el galardón a la mejor película mexicana este año.

Finalmente, entre tanta diversidad temática y narrativa, un cortometraje de Alejandro Murillo (compañero generacional, cineasta en ascenso y actual profesor de la FCPyS, UNAM) de quien conozco el entrañable compromiso que tiene con la pasión por el séptimo arte que siempre lo caracterizó. Hasta la punta de los dedos (2010), nominado en la categoría a mejor cortometraje documental, dice mucho en muy poco tiempo. Un ejercicio arranca la cinta: “¿Dormiste bien anoche? ¿Qué desayunaste? ¿Cómo le dicen a sus parejas que los quieren?" Respondan eso usando sólo sus manos. De esa manera se involucra al espectador en el tema de los lenguajes de señas, para después ofrecerles un panorama del mundo de vida de las personas que tienen que comunicarse de esta manera. El corto, como sucede con muchas películas mexicanas, aun no tiene la distribución que merece, pero aquí el link del canal de youtube del director, para ahondar en sus trabajos:

http://www.youtube.com/user/fugitivo5


No es la primera vez que dejamos que las imágenes nos presenten a nosotros con nosotros mismos: cargamos con una añeja tradición al respecto. En épocas recientes de nuestra ya añeja historia, el muralismo hizo la suerte de narrador y educador de historia al contarnos de manera pictórica qué fue lo que pasó en la revolución, en el pasado del país en general, y qué proyección se tenía a futuro sobre la vida de México. El cine nacional hace lo mismo, quizá no como un programa de Estado ni con esa pretensión, pero si se le mira a detalle y se escucha la particularidad de cada historia, algo se aprende sobre nuestra propia cultura.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Palabra e imagen: poesía y cine


¿Es que hacemos las cosas sólo para recordarlas?
Jaime Sabines.


Una flor, un carbón; un amor, la tristeza más profunda; un deseo, un beso; un rayo de luz, el lado obscuro de la luna; un momento de gloría, un momento de desdicha; una mujer, un hombre; la concepción, la violación; y todo, todo en tanto pueda tocarnos despierta esa manera sublime de hablar que es la poesía. ¿Pero cómo se llega a ella y para qué? Estas son las mismas preguntas que Yang Mija se hace en Poetry al tratar de escribir un poema. Entre la poesía y el cine, Lee Chang-dong nos cuenta una de las historias más conmovedoras de la cinematografía mundial hoy día.

Yang Mija tiene 60 años, un nieto ―que más que nieto es hijo―, una afición tardía por la poesía, y alzhéimer. Ella vive de la manutención que le otorga el Estado, y su trabajo como ayudante y enfermera de un anciano acaudalado. Su nieto, un adolescente a quien no le ha llegado el tiempo de valorar lo que tiene, es culpable junto con cinco de sus compañeros en un caso de violación. Estas premisas harán avanzar la historia de Poetry; sin embargo, conforme se desarrolle la trama, el espectador se dará cuenta de que el filme es en realidad dos películas con rumbos distintos y una misma llegada: está la que narra la imposibilidad de Yang Mija por hacer poesía, y la más obscura, la que cuenta el epílogo de la violación. Pero algo más que sólo el personaje tienen en común estos dos relatos: la búsqueda de la verdad.

“Verdad” se antoja una palabra destino para todo aquel que escribe poesía, pues, ¿no es acaso ése el objetivo? El poeta fuerza a las palabras a decir más de lo que pueden decir; las desdobla, las aplana, las estira, las pule y las re significa en el poema, todo con la clara intención no de hablar sobre lo real, sino, mejor dicho, sobre lo “Verdadero” (con mayúscula y entre comillas).

Hay momentos en la vida del hombre en que uno se da cuenta que ha comenzado el camino final de la vida, son esos días cuando aquella sonada frase “hoy es el primer día del resto de mi vida” cobra un sentido literal. El de Yang Mija llega abruptamente cuando sin quererlo comienza a olvidar la lógica de su propio mundo y, cercada por esa evanescencia, decide inscribirse en un taller de poesía. Ella sabe―o cree saber, porque eso se la ha dicho toda la vida― que cuenta con el don lírico necesario para llevar a cabo la empresa de escribir un poema al final del curso; sin embargo ―y he aquí la belleza y tristeza de la historia de Lee Chang-dong― su mundo entra en un proceso de extinción con su alzhéimer y resigna a su poesía a hablar sólo sobre parcialidades; no es que quede ciega, es más bien un proceso a la inversa: los ojos no pierden facultad pero sí el mundo cesa de revelarse.

Si el lenguaje crea todo lo que nos rodea en tanto lo hace palabra ―y aquello que no puede ser nombrado no existe―, Yang Mija ve su mundo fallecer con cada término que se extingue en su mente. Con la verdad nublada, su existencia es como una polaroid que poco a poco va perdiendo el color hasta significar un vacio. ¿Cómo se puede ser poeta cuando se prescinde de la materia prima con la que se trabaja?

A la par de aquella búsqueda de la verdad con la poesía, Yang Mija tiene que enfrentarse a otro tipo de “Verdad” que necesita ser aclarada y resuelta―y aquí es donde empieza la “segunda película”―: un suicidio a consecuencia de un injusto caso de violación debe ser descubierto y castigado. En tanto se develan poco a poco los detalles del crimen que su hijo y otros muchachos más cometieron, los padres de estos últimos se reunirán e intentarán acallar el “estruendo mudo” (tomo prestado el oxímoron de César Vallejo) que desde la otra vida produce la pequeña niña, víctima del caso.

En este punto la historia muestra otro elemento enternecedor y devastador: ¿quién no, aun sabiendo de la culpabilidad de un propio “hijo”, es capaz de realizar cualquier acción, por humillante que ésta sea, y de agotar hasta el último recurso posible por tratar de salvarlo? Lee Chang-dong nos enseña que el amor es algo más que una palabra y no se olvida. No es tanto un significado ni un sentimiento como es una certeza que se rodea o se aspira a decir, pero que sólo se constata o se experimenta cuando se tiene. Yang Mija habrá podido olvidar el sustantivo que designa a la relación de parentesco que tiene con aquel gordito irresponsable e irrespetuoso, pero cuenta con una certidumbre que no se expresa en términos verbales y le hace entender que se debe a él simplemente porque hay algo que se lo dice más allá de las palabras: amor.

Las “dos historias” inexorablemente habrán de encontrar un bello punto medio en donde se enlacen y todo se resuelva, y la quietud de la vida habrá de retornar al lugar que abandonó. La existencia de Yang Mija podrá perder todo sentido para ella misma, pero a ojos de quienes la rodean sabrán que todo pudo haber sido obra de un acto poético supremo.

Poetry es una película única en su género, es un logro del cine asiático ante el que el espectador atento no puede pasar de manera insensible: algo sucede que conmueve y asombra, no por nada fue merecedora a la palma de oro en Cannes por mejor guión en el 2010.